1Als er dann vom Berge herabgestiegen war, folgten ihm große Volksscharen nach. 2Da trat ein Aussätziger herzu, warf sich vor ihm nieder und sagte: »Herr, wenn du willst, kannst du mich reinigen.« 3Jesus streckte seine Hand aus, faßte ihn an und sagte: »Ich will’s, werde rein!« Da wurde er sogleich von seinem Aussatz rein. 4Darauf sagte Jesus zu ihm: »Hüte dich, jemandem etwas davon zu sagen! Gehe vielmehr hin, zeige dich dem Priester und bringe die Opfergabe dar, die Mose(3.Mose 13,49; 14,2-32) geboten hat, zum Zeugnis(= Erweis) für sie!« 5Als er hierauf nach Kapernaum hineinkam, trat ein Hauptmann zu ihm und bat ihn 6mit den Worten: »Herr, mein Diener(= Bursche) liegt gelähmt bei mir zu Hause darnieder und leidet schreckliche Schmerzen.« 7Jesus antwortete ihm: »Ich will kommen und ihn heilen.« 8Der Hauptmann aber entgegnete: »Herr, ich bin nicht wert, daß du unter mein Dach trittst; nein, gebiete nur mit einem Wort, dann wird mein Diener gesund werden. 9Ich bin ja auch ein Mann, der unter höherem Befehl steht, und habe Mannschaften unter mir, und wenn ich zu dem einen sage: ›Gehe!‹, so geht er, und zu dem andern: ›Komm!‹, so kommt er, und zu meinem Diener: ›Tu das!‹, so tut er’s.« 10Als Jesus das hörte, verwunderte er sich und sagte zu seinen Begleitern: »Wahrlich ich sage euch: In Israel habe ich bei niemand solchen Glauben gefunden. 11Ich sage euch aber: Viele werden von Osten und Westen kommen und sich mit Abraham, Isaak und Jakob im Himmelreich zum Mahl niederlassen(Lk 13,28-29); 12aber die Söhne des Reiches werden in die Finsternis draußen hinausgestoßen werden; dort wird lautes Weinen und Zähneknirschen sein.« 13Zu dem Hauptmann aber sagte Jesus: »Geh hin(= heim)! Wie du geglaubt hast, so geschehe dir!« Und sein Diener wurde zur selben Stunde gesund. 14Als Jesus dann in das Haus des Petrus gekommen war, sah er dessen Schwiegermutter fieberkrank zu Bett liegen. 15Er faßte sie bei der Hand, da wich das Fieber von ihr: sie stand auf und bediente ihn(bei der Mahlzeit). 16Als es dann Abend geworden war, brachte man viele Besessene zu ihm, und er trieb die bösen Geister durchs Wort aus und heilte alle, die ein Leiden hatten. 17So sollte sich das Wort des Propheten Jesaja erfüllen, der da sagt(Jes 53,4): »Er hat unsere Gebrechen hinweggenommen und unsere Krankheiten getragen(oder: sich aufgeladen).« 18Als Jesus sich dann wieder von großen Volksscharen umgeben sah, befahl er, an das jenseitige Ufer des Sees hinüberzufahren. 19Da trat ein Schriftgelehrter an ihn heran mit den Worten: »Meister, ich will dir folgen, wohin du auch gehst!« 20Jesus antwortete ihm: »Die Füchse haben Gruben und die Vögel des Himmels Nester; der Menschensohn aber hat keine Stätte, wo er sein Haupt hinlegen kann.« – 21Ein anderer von seinen Jüngern(= Schülern, Anhängern) sagte zu ihm: »Herr, erlaube mir, zuerst noch hinzugehen und meinen Vater zu begraben!« 22Jesus aber antwortete ihm: »Folge du mir nach, und überlaß es den Toten(d.h. den geistlich Toten), ihre Toten zu begraben!« 23Jesus stieg dann ins Boot, und seine Jünger folgten ihm. 24Da erhob sich(plötzlich) ein heftiger Sturm auf dem See, so daß das Boot von den Wellen bedeckt(= überflutet) wurde; er selbst aber schlief. 25Da traten sie an ihn heran und weckten ihn mit den Worten: »Herr, hilf uns: wir gehen unter!« 26Er aber antwortete ihnen: »Was seid ihr so furchtsam, ihr Kleingläubigen!« Dann stand er auf und bedrohte die Winde und den See; da trat völlige Windstille ein. 27Die Leute aber verwunderten sich und sagten: »Was ist das für ein Mann, daß sogar die Winde und der See ihm gehorsam sind!« 28Als er hierauf an das jenseitige Ufer in das Gebiet der Gadarener gekommen war, traten ihm zwei von bösen Geistern besessene Männer entgegen, die aus den Gräbern(vgl. Lk 8,27) hervorkamen und so gemeingefährliche Menschen waren, daß niemand auf der Straße dort an ihnen vorbeigehen konnte. 29Kaum hatten sie ihn erblickt, da schrien sie laut: »Was hast du mit uns vor, du Sohn Gottes? Bist du hergekommen, um uns vor der Zeit zu quälen?« 30Es befand sich aber in weiter Entfernung von ihnen eine große Herde Schweine auf der Weide. 31Da baten ihn die bösen Geister: »Wenn du uns austreiben willst, so laß uns doch in die Schweineherde fahren!« 32Er antwortete ihnen: »Hinweg mit euch!« Da fuhren sie aus und fuhren in die Schweine hinein, und die ganze Herde stürmte infolgedessen den Abhang hinab in den See und ertrank in den Fluten. 33Die Hirten aber ergriffen die Flucht und berichteten nach ihrer Ankunft in der Stadt den ganzen Vorfall, auch das, was mit den beiden Besessenen vorgegangen war. 34Da zog die Einwohnerschaft der ganzen Stadt hinaus, Jesus entgegen, und als sie bei ihm eingetroffen waren, baten sie ihn, er möchte ihr Gebiet verlassen.
Comentario de la Biblia de Matthew HenryVersículos 1.
Multitudes siguen a Cristo. 2-4.
Sana a un leproso. 5-13.
Sanidad del siervo de un centurión. 14-17.
Sanidad de la suegra de Pedro. 18-22.
La promesa entusiasta del escriba. 23-27.
Cristo en una tempestad. 28-34.
Sana a dos endemoniados. V. 1. Este versículo se refiere al final del sermón anterior. Aquellos a quienes Cristo se ha dado a conocer, desean saber más de Él.
Vv. 2-4. En estos versículos tenemos el relato de la limpieza de un leproso hecha por Cristo; el leproso se acercó a Él y lo adoró como a Uno investido de poder divino. Esta purificación no sólo nos guía a acudir a Cristo, que tiene poder sobre las enfermedades físicas, para la sanidad de ellas; también nos enseña la manera de apelar a Él. Cuando no podemos estar seguros de la voluntad de Dios, podemos estar seguros de su sabiduría y misericordia. Por grande que sea la culpa, en la sangre de Cristo hay aquello que la expía; ninguna corrupción es tan fuerte que no haya en su gracia lo que puede someterla. Para ser purificados debemos encomendarnos a su piedad; no podemos demandarlo como deuda; debemos pedirlo humildemente como un favor.
Quienes por fe apelan a Cristo por misericordia y gracia, pueden estar seguros de que Él les está dando libremente la misericordia y la gracia que ellos así procuran. Benditas sean las aflicciones que nos llevan a conocer a Cristo, y nos hacen buscar su ayuda y su salvación.
Quienes son limpios de su lepra espiritual, vayan a los ministros de Cristo y expongan su caso, para ser aconsejados, consolados y para que oren por ellos.
Vv. 5-13. Este centurión era pagano, un soldado romano. Aunque era soldado, no obstante, era un buen hombre. Ninguna vocación ni posición del hombre será excusa para la incredulidad y el pecado. Véase cómo expone el caso de su siervo. Debemos interesarnos por las almas de nuestros hijos y siervos, espiritualmente enfermos, que no sienten los males espirituales, y no conocen lo que es espiritualmente bueno; debemos llevarlos a Cristo por fe y por la oración.
Obsérvese su humillación. Las almas humildes se hacen más humildes por la gracia de Cristo en el trato con ellos. Obsérvese su gran fe. Mientras menos nos fiemos de nosotros mismos, más fuerte será nuestra confianza en Cristo. Aquí el centurión le reconoce mando con poder divino y pleno sobre todas las criaturas y poderes de la naturaleza, como un amo sobre sus siervos. Este tipo de siervos debemos ser todos para Dios; debemos ir y venir, conforme a los mandatos de su palabra y las disposiciones de su providencia.
Pero cuando el Hijo del Hombre viene, encuentra poca fe, por tanto, halla poco fruto. Una profesión externa hace que se nos llame hijos del reino, pero si descansamos en eso, y nada más podemos mostrar, seremos desechados.
El siervo obtuvo la sanidad de su enfermedad y el amo obtuvo la aprobación de su fe. Lo que se le dijo a él, se dice a todos: Cree y recibirás; sólo cree. Véase el poder de Cristo y el poder de la fe. La curación de nuestras almas es, de inmediato, el efecto y la prueba de nuestro interés en la sangre de Cristo.
Vv. 14-17. Pedro tenía una esposa aunque era apóstol de Cristo, lo que demuestra que aprobaba el estado del matrimonio, siendo bondadoso con la madre de la esposa de Pedro. La iglesia de Roma, que prohíbe que sus ministros se casen, contradice a este apóstol, sobre el cual tanto se apoyan. Tenía a su suegra consigo en su familia, lo que es ejemplo de ser bueno con nuestros padres. En la sanidad espiritual, la Escritura dice la palabra, el Espíritu da el toque, toca el corazón, toca la mano. Aquellos que se recuperan de una fiebre suelen estar débiles por un tiempo; pero para mostrar que esta curación estaba por sobre el poder de la naturaleza, la mujer estuvo tan bien que de inmediato se dedicó a los quehaceres de la casa.
Los milagros que hizo Jesús fueron publicados ampliamente, de modo que muchos se agolparon viniendo a Él, y sanó a todos los que estaban enfermos, aunque el paciente estuviera muy débil y el caso fuera de lo peor. Muchas son las enfermedades y las calamidades del cuerpo a las que estamos propensos; y hay más en esas palabras del evangelio que dicen que Jesucristo llevó nuestras enfermedades y nuestros dolores, para sostenernos y consolarnos cuando estamos sometidos a ellos, que en todos los escritos de los filósofos. No nos quejemos por el trabajo, el problema o el gasto al hacer el bien al prójimo.
Vv. 18-22. Uno de los escribas se apresuró a prometer; se dice cercano seguidor de Cristo. Parece muy resuelto. Muchas decisiones religiosas son producidas por una súbita convicción de pecado, y asumidas sin una debida reflexión; estas llegan a nada. Cuando este escriba ofreció seguir a Cristo, se podría pensar que Jesús debió sentirse animado; un escriba podía dar más crédito y servicio que doce pescadores; pero Cristo vio su corazón, y respondió a sus pensamientos, y, enseña a todos cómo ir a Cristo. Su resolución parece surgir de un principio mundano y codicioso; pero Cristo no tenía dónde reclinar su cabeza, y si él lo seguía, no debía esperar que le fuera mejor. Tenemos razón para pensar que este escriba se alejó.
Otro era demasiado lento. La demora en hacer es, por un lado, tan mala como la prisa para resolver por el otro. Pidió permiso para ocuparse de enterrar a su padre, y luego se pondría al servicio de Cristo. Esto parecía razonable aunque no era justo. No tenía celo verdadero por la obra. Enterrar al muerto, especialmente a un padre muerto, es una buena obra, pero no es tu obra en este momento. Si Cristo requiere nuestro servicio, debe cederse aun el afecto por los parientes más cercanos y queridos, y por las cosas que no son nuestro deber. A la mente sin disposición nunca le faltan las excusas. Jesús le dijo: Sígueme, y, sin duda, salió poder con esta palabra para él como para los otros; siguió a Cristo y se aferró de Él. El escriba dijo, yo te seguiré; a este otro hombre Cristo le dijo: Sígueme; comparándolos, se ve que somos llevados a Cristo por la fuerza de su llamado personal, Romanos ix, 16.
Vv. 23-27. Consuelo para quienes se hacen a la mar en barcos, y suelen peligrar allí, es reflexionar que tienen un Salvador en quien confiar y al cual orar, que sabe qué es estar en el agua y estar en tormentas. Quienes están pasando por el océano de este mundo con Cristo, deben esperar tormentas.
Su naturaleza humana, semejante a nosotros en todo, pero sin pecado, estaba fatigada y se durmió en ese momento para probar la fe de sus discípulos. Ellos fueron a su Maestro en su temor. Así es en el alma; cuando las lujurias y las tentaciones se levantan y rugen, y Dios está, al parecer, dormido a lo que ocurre, esto nos lleva al borde de la desesperación. Entonces, se clama por una palabra de su boca: Señor Jesús, no te quedes callado o estoy acabado. Muchos que tienen fe verdadera son débiles en ella. Los discípulos de Cristo eran dados a inquietarse con temores en un día tempestuoso; se atormentaban a sí mismos con que las cosas estaban mal para ellos, y con pensamientos desalentadores de que vendrá algo peor. Las grandes tormentas de la duda y temor en el alma, bajo el poder del espíritu de esclavitud, suelen terminar en una calma maravillosa, creada y dirigida por el Espíritu de adopción.
Ellos quedaron estupefactos. Nunca habían visto que una tormenta fuera de inmediato calmada a la perfección. El que puede hacer esto, puede hacer cualquier cosa, lo que estimula la confianza y el consuelo en Él, en el día más tempestuoso de adentro o de afuera, Isaías xxvi, 4.
Vv. 28-34. Los demonios nada tienen que ver con Cristo como Salvador; ellos no tienen ni esperan ningún beneficio de Él. ¡Oh, la profundidad de este misterio del amor divino: que el hombre caído tenga tanto que ver con Cristo, cuando los ángeles caídos nada tienen que ver con Él! Hebreos ii, 16. Seguramente que aquí sufrieron un tormento, al ser forzados a reconocer la excelencia que hay en Cristo, y aún así, no tener parte con Él. Los demonios no desean tener nada que ver con Cristo
como Rey . Véase qué lenguaje hablan quienes no tendrán nada que ver con el evangelio de Cristo. Pero no es verdad que los demonios no tengan nada que ver con Cristo
como Juez , porque tienen que ver, y lo saben; así es para con todos los hijos de los hombres.
Satanás y sus instrumentos no pueden ir más allá de lo que el Señor permita; ellos deben dejar la posesión cuando Él manda. No pueden romper el cerco de protección en torno a su pueblo; ni siquiera pueden entrar en un cerdo sin su permiso.
Recibieron el permiso. A menudo Dios permite, por objetivos santos y sabios, los esfuerzos de la ira de Satanás. Así, pues, el diablo apresura a la gente a pecar; los apura a lo que han resuelto en contra, de lo cual saben que será vergüenza y pena para ellos: miserable es la condición de los que son llevados cautivos por él a su voluntad.
Hay muchos que prefieren sus cerdos al Salvador y, así, no alcanzan a Cristo y la salvación por Él. Ellos desean que Cristo se vaya de sus corazones, y no soportan que Su Palabra tenga lugar en ellos, porque Él y su palabra destruirían sus concupiscencias brutales, eso que se entrega a los cerdos como alimento. Justo es que Cristo abandone a los que están cansados de Él; y después diga: Apartaos, malditos, a quienes ahora le dicen al Todopoderoso: Véte de nosotros.